LA VISITA DEL PAPA FRANCISCO: ¡QUE CUBA SE ABRA A TODOS LOS CUBANOS!

Editorial de la revista Convivencia

La tercera visita de un Sumo Pontífice de la Iglesia Católica a Cuba es todo un acontecimiento que se prepara entre interrogantes, desafíos y esperanzas. Sabemos que toda visita de un Papa es una visita pastoral. Ahora bien, ¿cuál será la prioridad de esta visita pastoral de Francisco a Cuba? ¿Pondrá su acento en una visita de relaciones exteriores y mediación internacional o será, sobre todo, una visita pastoral para fomentar la mediación interna, la reconciliación nacional y la convivencia civilizada entre los cubanos con diferentes formas de pensar, creer y actuar?

No podemos dejar de recordar aquella frase lapidaria y programática del venerado Papa San Juan Pablo II en su visita a Cuba en 1998: “¡Que Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba!” Gracias a Dios, este augurio se está ya haciendo realidad. Esperamos que esta visita del Papa Francisco a la isla caribeña pueda reflejar en sus mensajes y gestos este otro anhelo que marca la esperanza de nuestro pueblo: ¡Que Cuba se abra a todos los cubanos!

En aquella ocasión las palabras textuales de este deseo de apertura en boca de Juan Pablo II expresaban también el “cómo” y el “para qué”: Acompaño con la oración mis mejores votos para que esta tierra pueda ofrecer a todos una atmósfera de libertad, de confianza recíproca, de justicia social y de paz duradera. Que Cuba se abra con todas sus magníficas posibilidades al mundo y que el mundo se abra a Cuba, para que este pueblo, que como todo hombre y nación busca la verdad, que trabaja por salir adelante, que anhela la concordia y la paz, pueda mirar el futuro con esperanza (21 de enero de 1998. Saludo al llegar al Aeropuerto José Martí de La Habana)

Hoy, esta mirada de futuro se va abriendo en el plano de las relaciones internacionales; pero como ha dicho el cardenal Beniamino Stella en su reciente visita a Cuba, falta un largo camino por recorrer. Que Cuba mire al futuro con esperanza, también y sobre todo, depende de que se abra Cuba para que todos los cubanos podamos gozar de esa “atmósfera de libertad, de confianza recíproca, de justicia social y de paz duradera”. Esperamos que la visita de Francisco nos anime a “trabajar para salir adelante” en esa convivencia democrática, pacífica y próspera.

El hecho de que Cuba, un país pequeño, sea visitado por los últimos tres Papas en menos de 20 años abre ya de por sí algunas preguntas: ¿Se trata de apoyo a las Iglesias que están en la periferia y con dificultades en el ejercicio de la libertad religiosa? ¿Se trata de la ubicación geopolítica o de la liquidación de la Guerra Fría que otros intentan reabrir trasnochadamente? ¿Se trata de una escala técnica o de una verdadera, aunque breve, visita pastoral al pueblo cubano y a su Iglesia que forma parte inseparable de la Nación? ¿Esta visita será una etapa del pastoreo universal del Papa mediador en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos o será también, y sobre todo, una visita pastoral para animar a la Iglesia en Cuba a ejercer su pastoreo de mediación entre las autoridades cubanas y su pueblo, en la búsqueda de la necesaria y querida unidad en la diversidad? En fin, ¿los temas a tratar se referirán solo a la apertura de Cuba al mundo que se le abre, o también a la apertura democrática y participativa de Cuba a todos los cubanos, tanto los de la Isla como los de la Diáspora?

La verdadera libertad religiosa y la contribución de la Iglesia a la sociedad civil

Conocemos el carisma y el programa pastoral del Papa Francisco. Su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium (La alegría del Evangelio) resume su visión de la Iglesia Católica del siglo XXI y las líneas magistrales de su trabajo pastoral. Invitamos a nuestros lectores a leer este programático documento para informarse del perfil que tendrá la esperada visita a Cuba del Pastor Universal de la Iglesia.

El magisterio, las visitas, las acciones y los gestos del Papa Francisco nos alientan a esperar que esta peregrinación a Cuba sea, sobre todo, un acompañamiento pastoral a una Iglesia pequeña, que aún vive con dificultades y limitaciones la deseada libertad religiosa. Que no es libertad de permisos, ni aún siquiera solo libertad de culto, sino que la Iglesia, todos sus miembros, obispos, sacerdotes, religiosas y laicos, puedan ejercer sus compromisos cristianos no solo en la liturgia, sino también en la plena y libre vivencia del derecho a practicar en Cuba la Doctrina Social de la Iglesia, que es parte inseparable y esencial del Evangelio de Jesucristo.

La Iglesia no pide privilegios para sí misma sino derechos compartidos con el pueblo del que forma parte. La libertad y los derechos son indivisibles. Así lo decía diáfanamente San Juan Pablo II a los Obispos cubanos en su visita inolvidable: El respeto de la libertad religiosa debe garantizar los espacios, obras y medios para llevar a cabo estas tres dimensiones de la misión de la Iglesia, de modo que, además del culto, la Iglesia pueda dedicarse al anuncio del Evangelio, a la defensa de la justicia y de la paz, al mismo tiempo que promueve el desarrollo integral de las personas. Ninguna de estas dimensiones debe verse restringida, pues ninguna es excluyente de las demás ni debe ser privilegiada a costa de las otras. Cuando la Iglesia reclama la libertad religiosa no solicita una dádiva, un privilegio, una licencia que depende de situaciones contingentes, de estrategias políticas o de la voluntad de las autoridades, sino que está pidiendo el reconocimiento efectivo de un derecho inalienable. Este derecho no puede estar condicionado por el comportamiento de Pastores y fieles, ni por la renuncia al ejercicio de alguna de las dimensiones de su misión, ni menos aún, por razones ideológicas o económicas: no se trata sólo de un derecho de la Iglesia como institución, se trata además de un derecho de cada persona y de cada pueblo. Todos los hombres y todos los pueblos se verán enriquecidos en su dimensión espiritual en la medida en que la libertad religiosa sea reconocida y practicada. Además, como ya tuve ocasión de afirmar: “La libertad religiosa es un factor importante para reforzar la cohesión moral de un pueblo. La sociedad civil puede contar con los creyentes que, por sus profundas convicciones, no sólo no se dejarán dominar fácilmente por ideologías o corrientes totalizadoras, sino que se esforzarán por actuar de acuerdo con sus aspiraciones hacia todo lo que es verdadero y justo” (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1988, 3).

Estas palabras pronunciadas hace 17 años conservan hoy toda su vigencia. En ellas podemos resumir lo que la Iglesia espera en sus relaciones con el Estado y en sus relaciones con la sociedad civil. Estas relaciones de la Iglesia en Cuba con autoridades y con el tejido cívico constituyen una parte de ese anhelo de que Cuba se abra a sus propios ciudadanos, sean o no creyentes.

Educar para ser pueblo y no masa

La verdadera libertad religiosa no se reduce a la libertad de culto, la Iglesia tiene el derecho y el deber de contribuir a la educación ética, cívica y religiosa del pueblo del que forma parte. La Iglesia debe tener acceso a los medios de comunicación social no de forma esporádica y circunstancial, sino sistemática y debe poder tener sus propios Medios de Comunicación. Los fieles cristianos deben tener derecho y ejercer su deber insoslayable de involucrarse en los ambientes económicos, políticos y sociales, para poder dar el aporte de la Doctrina Social de la Iglesia. Así contribuyen a pasar de la masificación a la ciudadanía soberana. El Papa Francisco dice en la mencionada Exhortación: En cada nación, los habitantes desarrollan la dimensión social de sus vidas configurándose como ciudadanos responsables en el seno de un pueblo, no como masa arrastrada por las fuerzas dominantes. Recordemos que «el ser ciudadano fiel es una virtud y la participación en la vida política es una obligación moral». Pero convertirse en pueblo es todavía más, y requiere un proceso constante en el cual cada nueva generación se ve involucrada. Es un trabajo lento y arduo que exige querer integrarse y aprender a hacerlo hasta desarrollar una cultura del encuentro en una pluriforme armonía (E.G. 220).

Ahora bien, para desarrollar una cultura del encuentro y pluriforme armonía surge la necesidad de establecer primero esa armonía entre dos actores sociales igualmente dignos y responsables de la edificación de una sociedad próspera y sostenible. El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia establece la escala de valores de esa armonía civil: La comunidad política y la sociedad civil, aun cuando estén recíprocamente vinculadas y sean interdependientes, no son iguales en la jerarquía de los fines. La comunidad política está esencialmente al servicio de la sociedad civil y, en último análisis, de las personas y de los grupos que la componen. La sociedad civil, por tanto, no puede considerarse un mero apéndice o una variable de la comunidad política: al contrario, ella tiene la preeminencia, ya que es precisamente la sociedad civil la que justifica la existencia de la comunidad política. El Estado debe aportar un marco jurídico adecuado para el libre ejercicio de las actividades de los sujetos sociales y estar preparado a intervenir, cuando sea necesario y respetando el principio de subsidiaridad, para orientar al bien común la dialéctica entre las libres asociaciones activas en la vida democrática (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. 418-419).

De esta forma no solo se garantiza la indispensable independencia que define a la sociedad civil, sino que se crea el marco jurídico que permite que ejerza el necesario control sobre el Estado y sobre el Mercado; que aporte criterios alternativos en lo político-social, y además que pueda, armónicamente, dar su contribución junto con la comunidad política, en la edificación del bien común.

Que Cuba se abra a la unidad en la diversidad de su pueblo

La visita del Papa Francisco a Cuba también debería servir para animarnos en la construcción de una convivencia civilizada y pacífica que permita la unidad verdadera y eficaz de la Nación cubana. Esa unidad que es sinónimo de estabilidad y prosperidad solamente se puede alcanzar en el más estricto respeto a la diversidad. La diversidad es la forma natural, normal y dinámica de vivir en sociedad. Solo puede ser respetada dentro de un marco jurídico incluyente, respetuoso del ejercicio de todos los derechos que garantizan la libertad y la dignidad de cada persona humana. Cuando un cubano ataca a otro, es la Nación entera la que sufre. Cuando un cubano denigra a otro, es toda la Nación cubana la que se empobrece. Cuando un cubano excluye a otro cubano por su forma de ser, de pensar, de vivir sus opciones políticas, religiosas, filosóficas, económicas, o por su orientación sexual, el color de su piel, la discapacidad de su cuerpo o de su mente, en todas esas exclusiones se mutila a la Nación y se le niegan múltiples talentos, carismas y virtudes personales y grupales.

No temamos a la diversidad. Ella puede ser muy beneficiosa y creativa para el progreso material, moral y espiritual de la Nación. No disimulemos la diversidad. Ella se expresa sin licencias y sin máscaras. No reprimamos a la diversidad. Ella sobrevive y crece a pesar de todo. Ella es la esencia de la democracia.

En cuanto a la búsqueda de esa unidad respetuosa de la diversidad, el Papa Francisco nos dice:

Cuando la sociedad -local, nacional o mundial- abandona en la periferia una parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad. Esto no sucede solamente porque la inequidad provoca la reacción violenta de los excluidos del sistema, sino porque el sistema social y económico es injusto en su raíz. Así como el bien tiende a comunicarse, el mal consentido, que es la injusticia, tiende a expandir su potencia dañina y a socavar silenciosamente las bases de cualquier sistema político y social por más sólido que parezca. Si cada acción tiene consecuencias, un mal enquistado en las estructuras de una sociedad tiene siempre un potencial de disolución y de muerte. Es el mal cristalizado en estructuras sociales injustas, a partir del cual no puede esperarse un futuro mejor (Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 2013, No. 59).

El Santo Padre Francisco, que ha participado como mediador en los inicios del constructivo proceso de restablecimiento de relaciones entre Cuba y Estados Unidos, nos ha dejado estas valiosas enseñanzas en su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium: La paz social no puede entenderse como un irenismo o como una mera ausencia de violencia lograda por la imposición de un sector sobre los otros. También sería una falsa paz aquella que sirva como excusa para justificar una organización social que silencie o tranquilice a los más pobres, de manera que aquellos que gozan de los mayores beneficios puedan sostener su estilo de vida sin sobresaltos mientras los demás sobreviven como pueden. Las reivindicaciones sociales, que tienen que ver con la distribución del ingreso, la inclusión social de los pobres y los derechos humanos, no pueden ser sofocadas con el pretexto de construir un consenso de escritorio o una efímera paz para una minoría feliz. La dignidad de la persona humana y el bien común están por encima de la tranquilidad de algunos que no quieren renunciar a sus privilegios. Cuando estos valores se ven afectados, es necesaria una voz profética (E.G. 218).

Que la paz prevalezca sobre el conflicto

Ante la urgencia de la necesidad de adelantar los procesos, la Iglesia no solo es facilitadora y mediadora, sino es sembradora de esperanza. En Cuba la esperanza hoy tiene nombres: Estado de Derecho y paz. Esa certeza no es una ideología, es una experiencia de vida: la paz prevalece sobre el conflicto. En este cambio de época, en este final tan esperado de la llamada “Guerra Fría”, de la cual quedaba un rescoldo que parecía inapagable en el calor del Caribe, la única salida éticamente aceptable es la solución pacífica de los conflictos. En la preparación de la tercera visita papal a Cuba recordemos las misma palabras del Papa Francisco: El conflicto no puede ser ignorado o disimulado. Ha de ser asumido. Pero si quedamos atrapados en él, perdemos perspectivas, los horizontes se limitan y la realidad misma queda fragmentada. Cuando nos detenemos en la coyuntura conflictiva, perdemos el sentido de la unidad profunda de la realidad. Ante el conflicto, algunos simplemente lo miran y siguen adelante como si nada pasara, se lavan las manos para poder continuar con su vida. Otros entran de tal manera en el conflicto que quedan prisioneros, pierden horizontes, proyectan en las instituciones las propias confusiones e insatisfacciones y así la unidad se vuelve imposible. Pero hay una tercera manera, la más adecuada, de situarse ante el conflicto. Es aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso. « ¡Felices los que trabajan por la paz! » (Mt 5,9) (E.G. 226-227).

El Papa también reconoce el papel de la personas de los políticos y de los actores de la sociedad civil como facilitadores y constructores del proceso de diálogo, negociación y cambios: De este modo, se hace posible desarrollar una comunión en las diferencias, que sólo pueden facilitar esas grandes personas que se animan a ir más allá de la superficie conflictiva y miran a los demás en su dignidad más profunda. Por eso hace falta postular un principio que es indispensable para construir la amistad social: la unidad es superior al conflicto. (…) No es apostar por un sincretismo ni por la absorción de uno en el otro, sino por la resolución en un plano superior que conserva en sí las virtualidades valiosas de las polaridades en pugna. (…) Supera cualquier conflicto en una nueva y prometedora síntesis. La diversidad es bella cuando acepta entrar constantemente en un proceso de reconciliación, hasta sellar una especie de pacto cultural que haga emerger una «diversidad reconciliada» (E.G. 228-230).

En resumen: cada vez que Cuba vive un acontecimiento de la magnitud de una visita de un pontífice de la Iglesia Universal, surgen aquellas mismas esperanzas que, a nuestro entender, han provocado, la permanente y solícita preocupación de los Papas sobre Cuba. En esta ocasión nuestra esperanza fundamental es que Cuba se abra a cada uno de los cubanos que vivimos en la Isla o en la Diáspora alrededor del mundo. Ellos son es su mayor riqueza, su más grande inversión, la garantía de su más plena y duradera felicidad. Abrir significa crear un marco jurídico que se llama Estado de Derecho que reconozca las mayores libertades posibles, la mayor participación posible, la mejor calidad de vida y el desarrollo humano integral para todos y cada uno de los hijos e hijas de Cuba.

Pero esa apertura y ese desarrollo pleno no serán posibles si no asumimos todos, la responsabilidad y los deberes cívicos que deben acompañar inseparablemente a la libertad y los derechos.

Podríamos encontrar otra frase más paradigmática en las enseñanzas de los Papas en Cuba pero no podemos encontrar otra más esencial y oportuna. Por eso, en la víspera de la tercera visita papal y en esta nueva etapa de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos en que algunos vuelven a esperar, con la “cultura del pichón”, a que todo les sea dado y resuelto desde afuera, debemos repetir incansablemente, y cada vez con más convicción y premura, aquella recomendación, sin parigual, de San Juan Pablo II en 1998, nada más pisar y besar el sagrado suelo cubano:

¡Ustedes son y deben ser los protagonistas de su propia historia personal y nacional!

Esta es nuestra más crucial responsabilidad.

¡Cumplámosla y será el mejor recibimiento a Su Santidad el Papa Francisco!

Pinar del Río, 20 de mayo de 2015
Aniversario 113 de la República de Cuba